REFLEXIONES SOBRE EL AGUA
Diego R. Maltrana Dr. Física PUC.
Hay textos donde teóricos analizan colores, texturas y trazos para desenmascarar lo que el artista muestra a través de su obra, sacando a relucir aquello que, estando presente, no es para todos evidente. Este texto intentará exactamente lo contrario, apuntará precisamente a aquello que es obvio para todo espectador pero que, realmente, no se encuentra ahí.
Parafraseando a Huidobro: “La exposición es un juego de ilusiones, y no lo que tú quieres creer…”
En física muchas veces se centra la atención en situaciones aparentemente triviales para a partir de ellas, y sólo de ellas, desentrañar resultados que no son del todo esperables. En este texto denunciaré una serie de argumentos evidentes para ver hasta dónde nos llevan.
La muestra está compuesta por una secuencia de 8 cuadros en donde el mismo paraje va evolucionando. Son cuadros de un fragmento de río de aguas quietas, un lugar de vegetación tupida, donde si bien apenas se ven ramas se adivina un bosque.
En ese río algo perturbó el agua, no pudo haber sido un objeto demasiado grande ni demasiado diferente de una esfera. No pudo, por ejemplo, haber sido la caída de una rama porque el agua dibuja círculos concéntricos que se abren y ese patrón, parecido al que genera una gota en un charco, difiere lo suficiente del chapoteo de un objeto extendido como para distinguirlo.
La secuencia de cuadros captura distintas etapas de ese movimiento, las ondas se propagan agrandando su radio hasta difuminarse. En este caso hay un doble movimiento, una doble dilución, pues a medida que desaparece la onda desaparece gradualmente también el color. Patricia Claro profundiza con esto la sensaciones de cambio, haciendo un sutil pero incuestionable guiño a Heráclito; pese a ser imágenes del mismo lugar, el río ya no es el mismo.
En cada uno de estos cuadros hay, entonces, imágenes de agua en movimiento, fenómeno que se potencia al presentarse como una secuencia. Sin embargo, creo que esto es una elaborada ficción montada por nuestro inconsciente. Las líneas que siguen intentarán fundamentar dicha creencia.
La primera evidencia del engaño nace de asegurar que son imágenes de agua, pero el agua es una sustancia incolora y transparente, y estas propiedades no pueden ser llevadas al plano pictórico.
Una imagen es una composición lumínica, y la luz es captada por nuestros sentidos en la forma de colores o como luz blanca (la suma de todos los colores). Si lo que se puede representar es únicamente luz, tratemos de entender qué es la luz, qué significa que algo sea transparente e incoloro y cómo puedo recrear imágenes de algo que tiene ambas características.
Cuando hablamos de rayos de luz hablamos de objetos que “viajan” por el espacio con una velocidad definida. Al decir que “viajan” está implícito que dichos objetos tienen una fuente, que son generados en un punto y que tras desplazarse llegan a otro punto, donde eventualmente generarán la imagen. Ésta se debe encontrar entonces al final del recorrido.
Algo se dice transparente si la luz es capaz de pasar a través de él, y ya que los cuadros de la muestra no corresponden a imágenes del lecho del río, sabemos que la luz no proviene del fondo y por tanto no ha pasado a través del agua. No es la propiedad de ser transparente la que nos permite identificar agua en los cuadros.
En la naturaleza prácticamente ningún objeto emite luz. Es el Sol la principal fuente natural de luz en la Tierra.
Los objetos se pueden ver porque la luz blanca procedente del sol choca con los objetos, estos absorben parte de las longitudes de onda (parte del espectro de colores) , y emiten el resto.
En cierto sentido las hojas de los árboles son de todos los colores menos verdes, porque absorben el resto de los colores menos aquél que vemos.
Este tipo de interacciones entre la luz y los objetos no está presente en el agua, pues no absorbe parte de las longitudes de onda de la luz para que el resto rebote (por eso es incolora). Cuando la luz alcanza el tipo de aguas representadas en esta muestra, parte de ella penetra y parte es reflejada, sin absorber un color en particular.
Lo que nos permite “ver” el agua en estos cuadros debe estar entonces asociado a uno de estos dos últimos procesos: de reflexión o de refracción. Ambos corresponden a cambios en la dirección de propagación del rayo luminoso al pasar de un medio a otro o al encontrarse con dicha intersección. En este caso particular no son los dos procesos, sino sólo la característica especular del agua la que permite hacer “cuadros de agua”.
Cuando se conforma una imagen, es decir, cuando los rayos de luz se cruzan o convergen en un punto, una pantalla (o en la retina), no hay forma de saber de qué manera los rayos que llegan fueron desviados de su curso original. La luz viaja en línea recta, y nuestro cerebro siempre asume que proviene de objetos separados de nuestros ojos por un camino igualmente recto. Dicho de otra forma, no hay manera de saber que la imagen fue reflejada por un espejo o que llega directamente a nuestros ojos, a menos que veamos los bordes del espejo o tengamos algún otro pedazo de información adicional.
En el caso de los cuadros de Claro, el agua hace las veces de un espejo “particularmente” deforme. Si el agua estuviera absolutamente quieta al momento de capturar la imagen que da pie a la obra, no sería posible distinguir si aquello que aparece es un entorno natural o su reflejo, a menos que aparecieran explícitamente las orillas del río u algún otro elemento fuera del reflejo que nos permita identificarlo.
Pero las aguas que Claro pinta no están nunca quietas, y esto es un hecho no menor en dos sentidos: por un lado, nos permiten ver agua que no podríamos ver de otro modo, y por otro nos engaña nuevamente con la sensación de movimiento.
El hecho de que veamos agua y movimiento en la secuencia pictórica, según mi opinión, es un producto de nuestros cerebros, un elaborado engaño que requiere de no poca experiencia por parte de nosotros, los espectadores de la obra.
Somos capaces de ver agua porque tenemos la experiencia de la deformación que ésta provoca en las imágenes que se reflejan en ella. Esas “particulares deformaciones” están obligadas a propagarse, pues son siempre deformaciones de una superficie no rígida en donde hay fuerzas que luchan por entrar en equilibrio (tensión superficial del líquido). En el caso de los líquidos, las deformaciones no tan sólo generan movimiento, si no que uno muy particular. Ellas “se propagan” en el medio, provocan “ondas” debido, principalmente, a la mentada tensión superficial.
La física que envuelve al patrón de ondas en la superficie del agua es bastante compleja y requiere de no poca matemática para describirla satisfactoriamente. Richard Feynman, premio Nobel (1965) por el desarrollo de la electrodinámica cuántica, y uno de los más grandes físicos del siglo recién pasado, comentaba lo paradójico que le resultaba tomar, por ejemplo, las ondas en el agua para explicar ondas, siendo un problema notoriamente más complejo que otros fenómenos ondulatorios.
Pese a las dificultades que presenta, para todo efecto es suficiente decir que las deformaciones en el agua pueden ser descritas apropiadamente por lo que en matemática se conoce como “función de onda”, la que tiene la siguiente forma.
Donde ψ es una función de las coordenadas ‘x’, ‘y’ y del tiempo ‘t’, y ‘a’ es la velocidad de propagación de la onda .Una vez que la función ψ es evaluada en una posición dada (x’, y’) y un tiempo determinado (t’) obtengo un número asociado a la altura (en el eje z). Con ello es posible determinar la forma del manto en cada punto.
La anterior es una ecuación diferencial de segundo orden, lo que quiere decir que para resolverla se debe hacer uso de los cambios de la función (más correctamente de los cambios de esos cambios, o sus segundas derivadas).
Lo que esta ecuación diferencial nos dice es que las variaciones en la altura de la onda, asociados a cambios temporales, (parte de la izquierda del signo igual) son iguales a los cambios de altura asociados a cambios espaciales, a moverse en una u otra dirección (lado derecho del signo igual).
En otras palabras, el movimiento de una onda es proporcional a la deformación de la misma. Si hay deformación de la superficie, o diferentes alturas para distintos pares ‘x’ e ‘y’, entonces habrá movimiento, o distintos valores para su tasa de cambio temporal.
Cuando identificamos algo que se deforma como lo hace la superficie del agua, nuestro cerebro nos lleva inmediatamente a reconocer movimiento en dicha superficie, pues al igual que en la ecuación, en nuestras cabezas las ondas están siempre obligadas a moverse.
En algunos de los cuadros de Claro esas ondas aparecen como simples franjas oscuras seguidas de franjas claras, algunas veces con forma de elipses achatadas. Fíjese bien, no hay mucho más que eso, franjas con colores contrastantes. Algunas veces ni siquiera es explícita la elipse, y sin embargo, nuestro cerebro reconstruye a partir de ellas, nada más ni nada menos, que agua en movimiento.
Es entonces sólo la capacidad especular del agua la que nos permite reconocerla en los cuadros. Zonas claras están relacionadas al reflejo de porciones luminosa del entorno. Manchas o franjas obscuras en el agua corresponderán al reflejo de la imagen de otras zonas, en este caso a parte del bosque o alguna rama.
Infografía explicativa:
Para que los rayos de luz provenientes de zonas distintas del entorno converjan a un único punto (nuestra retina), la dirección perpendicular a la superficie en que se refleja la luz, que llamaremos normal, debe cambiar, lo que es evidencia de la deformación. Nuestro cerebro inmediatamente asocia dicha deformación al movimiento.
Si la superficie donde se refleja la imagen es deforme, se generarán discontinuidades en la imagen original. Estamos acostumbrados a que un pedazo de cielo se interponga en el reflejo de un árbol, o que su imagen continúe a pedazos cuando vemos su reflejo en las aguas claras de un río o lago, pero sin tener esa experiencia sería probablemente imposible ver en el trabajo de Claro la presencia del agua.
El agua y el movimiento surgen de la fragmentación de una imagen conocida. En los cuadros de Patricia Claro se presenta una abstracción de esa fragmentación. A través de fondos y máscaras se compone una imagen que genera sensaciones de cosas que, bajo mi opinión, no pueden ser ellas mismas pintadas.