A través del espejo
María Olga Giménez
“… ¡Cuánto me gustaría poder entrar en la Casa del Espejo!
Porque estoy segura de que está llena de cosas preciosas…
¡Imagínate que el cristal se ablandara hasta convertirse en una suerte de cendal
de manera que pudiéramos franquearlo con toda facilidad! …
¡Apuesto a que ahora me sería muy fácil pasar a través de él!
… Un instante después Alicia había pasado a través del cristal
y a continuación se había dejado caer en el salón de la Casa del Espejo.”
El agua es el espejo de la naturaleza. Y lo es de un modo particular, pues contiene en sí una doble capacidad de espejar: desde la luz y a través la sombra. Al considerar que el agua conforma las tres cuartas partes del mundo y que nuestro cuerpo la contiene aproximadamente en la misma relación, comprenderemos que cada hombre tiene en sí un espejo que refleja con la misma cualidad.
La obra de Patricia Claro activa naturalmente nuestra capacidad especular, moviéndonos a traspasar la superficie de la máscara de modo similar al de Alicia, haciendo uso de la imaginación y los sueños. Esta puerta de entrada a lo onírico en el arte, en concreto, en el arte del paisaje, fue preconizada por Gastón Bachelard hacia el año 1942, quien sostiene que: “Sólo se miran con una pasión estética los paisajes que hemos visto primero en sueños”[1].
Su proceso creativo se inicia con un viaje hacia las aguas donde se reconoce, que tendrán siempre la misma característica: serán aguas claras,
que espejan y traslucen en calma y movimiento permanente. Son éstas quienes realizan la acción especular, siendo fuente infinita de imágenes diferentes, entregadas en cada instante.
El agua es el origen del proceso, el primer lente. La participación de la artista comienza al ponerse frente a ella y espejarse, librándose de la mirada de Narciso al permitir que ambos espejos se reconozcan y extiendan hasta su inmensidad. Aquí es preciso capturar el momento mediante la fotografía digital; detener el escenario en movimiento y conservar la secuencia de reflejos fugaces.
La imagen escogida por este segundo lente que participa en el proceso puede contener uno o varios de los elementos que serán representados en la obra pictórica: el paisaje exterior, del cual forman parte los árboles, una rama o el cielo; y el paisaje interior, que es el fondo del agua. También puede estar presente el agua misma, con sus corrientes en forma de ondas o su aparente quietud. Al momento de reconstituir la materialidad del agua o su cuerpo, resalta a la vista la importancia de la existencia de movimiento en ella, pues de él dependerá la posible refracción de la luz -que devela el exterior-, o la presencia de la sombra, proveniente de un objeto externo -que trasluce el interior. Es la reflexión producto del movimiento del agua quien permite a la luz tapar lo que la sombra devela en el fondo, actuando como velo.
Este juego de luz y sombra crea una reversibilidad de la imagen que se aprecia al invertir la posición del cuadro: vemos un cielo que es agua y un paisaje de agua y verde que es cielo:
Re-corte de agua: una entrada en el tiempo de la naturaleza
La fotografía tomada en terreno representa una incisión de muerte en el tiempo del agua, pues congela su fluir. Luego, el proceso de re-cortes en el taller prolonga esta acción. Cabría entonces preguntarse sobre la relación que existe entre el re-corte y el espejo.
“Espejos: hasta ahora nunca, con conocimiento,
se ha descrito qué es lo que en esencia sois.
Vosotros, que parecéis intervalos de tiempo
llenos de múltiples agujeros de cribas.
Vosotros, derrochadores aún de la sala vacía,
vastos como las selvas, cuando llega el crepúsculo…
Y la araña de luces atraviesa como un ciervo
de dieciséis cuernos vuestro ser impenetrable.
A veces estáis llenos de pinturas.
Algunas parecen haber entrado ya en vosotros;
otras las dejasteis pasar tímidamente.
Pero la más hermosa permanecerá…
hasta que, al otro lado, el claro Narciso liberado
irrumpa en sus mejillas virginales.”[2]
El poeta Rainer Maria Rilke nos acerca a la respuesta: el espejo representa en sí un intervalo de tiempo, un corte en la linealidad de la vida que refleja. El agua es parte de la naturaleza, cuyo tiempo es circular y nosotros compartimos, en parte, este ciclo interminable de vida y muerte. Por esta razón, cuando la artista se espeja frente a ella se crea un punto de refracción entre ambas, que permite replegar las imágenes más allá de lo temporal. Esto hace posible que la secuencia de re-cortes contribuya a plasmar la imagen final de agua representada en el cuadro.
El ojo tecnológico de Claro es clave en su proceso “especular”. En un verdadero trabajo de laboratorio virtual, haciendo uso de programas digitales, remediatiza la imagen que será el sustrato de su obra. Este tercer re-corte de agua comprende la deconstrucción y descomposición de la imagen en sus formas básicas, geométricas, aislando el color, la luz y la sombra. Es significativo que este trabajo se realice en un lugar opuesto al original: es la máquina – creada por el hombre-, quien tiene la capacidad de aislar los elementos del paisaje natural, llevándolo a su estado de caos primitivo.
El trabajo en el taller constituye una verdadera contemplación reflexiva que captura el tiempo pincelada a pincelada. La tela va recibiendo progresivamente la imagen, comenzando por la luz y siguiendo por la profundidad del color, hasta conformar la materialidad pictórica. Este es el tiempo especular de la artista, diferente al del agua, que espeja en un instante.
Vemos que existen tres tiempos en torno a la obra de Claro: el tiempo del agua, el instante congelado; el tiempo de su proceso creativo; y el tiempo del espectador cuando se enfrenta al cuadro que ya conforma un espejo.
Dentro de los postulados del Land Art, Robert Smithson señala que existe una relación “entre la superficie terrestre, sus accidentes, etc., y las falacias del pensamiento y ficciones del espíritu. Los hundimientos de tierra, las fallas, etc., no se producen únicamente en la naturaleza sino en la mente humana.”[3] Esta idea permite afirmar que el proceso de deconstrucción sistemática de la imagen inicial se corresponde con la cristalización de su impresión en el inconsciente de la artista y que, a la vez, su reconstitución constituye el regreso a la conciencia de aquella imagen. La metáfora del espejo representa este principio: la sombra del agua es la sombra de nuestra mente, el inconsciente, lo desconocido respecto de uno mismo, y la luz reflejada es la conciencia de lo propio o identidad.
Tenemos entonces una imagen que parte del agua de la naturaleza y continúa en las aguas de la mente, para emerger nuevamente como agua en el cuadro, conformándose la tríada: agua – espejo/mente – agua.
El proceso de abstracción de la imagen constituye una reducción conceptual, basada en llevar las imágenes hasta sus formas universales para luego comenzar su apropiación o individuación en la tela. Son los distintos cortes quienes realizan la abstracción: el fotográfico, el encuadre en photoshop y los recortes de la máscara. Posteriormente, la capa del reflejo final termina el proceso, devolviendo la unidad a la imagen.
La particular reconstrucción del paisaje a partir de una selección de agua constituye una sinécdoque pictórica, concepto central en la propuesta de Patricia Claro. La subjetividad de la artista, su propia poética, es incorporada a través de la mirada femenina hacia un detalle que se reconstituye. “¿No existe, acaso, una individualidad en profundidad que hace que la materia, en sus parcelas más pequeñas, sea siempre una totalidad?”[4].
El resultado de este proceso es el cuadro que tenemos frente a nosotros, que despierta la siguiente interrogante: ¿cómo actúa nuestro propio espejo frente a estas aguas?
La originalidad de la artista se manifiesta en el cambio de enfoque o mirada hacia el exterior, que pasa de ser horizontal a vertical, semejante a la dominación satelital. Esta mirada vertical hace posible una percepción global de la naturaleza y el hombre, situándonos frente al gran espejo horizontal que repliega el entorno en un proceso infinito: el agua. Esta percepción unitaria del mundo va unida a su mirada tecnológica respecto de la manualidad y el proceso creativo, que implica la experimentación con técnicas tradicionales y el uso de medios digitales, dando a su obra la connotación multicultural que la sitúa en el mundo contemporáneo.
Para Claro, el agua será siempre un motivo estético y poético, fuente de composición inagotable. Ejemplo de esto es el video que complementa la exposición, que expresa la múltiple capacidad especular del agua cuando se espeja contra sí misma, al ser reflejada y abatida a la vez. También lo es el conjunto de cuadros expuestos horizontalmente en el suelo de la sala, que permiten el regreso espacial del agua a su entorno natural.
El espectador se enfrenta a la simultaneidad de realismo y abstracción: la mirada lejana permite una percepción realista del cuadro, mientras su mirada cercana desconcierta al revelar el conjunto de texturas, marcas y relieve que conforman la materialidad de la obra. Esta experiencia concluye el proceso especular iniciado por la autora, regresando al tiempo original del primer instante al activar la reflexión de otro espejo.
REFERENCIAS:
– Bachelard, Gaston. El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. Fondo de Cultura Económica. Primera edición en español. México, 1978. 295 pp.
– Carrol, Lewis. Alicia en el país de las Maravillas. A través del Espejo. Editorial Cátedra. Quinta edición. Madrid, 2001. 388 pp.
– Claro Swinburn, Patricia. Corte y Reconstitución del paisaje: una Sinécdoque pictórica. Memoria de Grado presentada a la Escuela de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile, 2005.
– Diccionario de la Real Academia Española. Tomo I. Vigésimo segunda edición. Madrid, 2001. 1180 pp.
– Gombrich, E. H. La Historia del Arte. Editorial Debate. Edición número 16. Londres, 2006. 688 pp.
– Guasch, Anna María. Las vanguardias del siglo XX. Del posminimalismo a lo multicultural: 1968-1995. Ed. Alianza. Madrid, 2000.
– Rilke, Rainer Maria. Los sonetos a Orfeo. Traducción de Otto Dörr Zegers. Editorial Universitaria. Primera edición. Santiago de Chile, 2002. 219 pp.