Patricia Claro, de lo visible a lo invisible
El tema pictórico de Patricia Claro es el agua: sus sombras, reflejos, deformaciones y cambios. El ir y venir del río es captado en un pequeño fragmento de tiempo y espacio. De esos registros surgen las pinturas de agua; tema aparentemente banal pero que esconde innumerables capas de pintura y significado.
Por Constanza Navarrete. Licenciada en Artes y Estética (Chile
Patricia se formó académicamente como diseñadora. Años después estudió Licenciatura en Arte, y desde entonces desarrolla su proyecto de las pinturas de agua. El interés surge por las múltiples posibilidades que le ofrece dicho elemento, y es que su simpleza no demuestra la complejidad técnica y simbólica que posee. El agua es uno de los cuatro elementos naturales, materia universal, existente en todas partes del mundo. Representa las aguas en extinción, ya que el agua dulce es la más escasa en el planeta. También es paisaje, naturaleza, fuente infinita de imágenes gracias a su capacidad especular; metáfora de cambio y eterno ciclo.
La artista se nutre de diferentes técnicas, entre ellas fotografía, video, instalación y pintura, siendo esta última la más relevante. Todas vinculadas al mismo problema: la representación del agua dulce; elemento que en sí mismo puede ser todo y nada. Capaz de ser transparente así como reflejo de infinitas imágenes, siempre distintas, pues el agua del río fluye sin cesar mientras es testigo del diverso acontecer del entorno: día, tarde, noche, primavera, verano, otoño, invierno, etc. Pasa de lo invisible a lo visible dependiendo de la luz. Mientras ésta refleja, la sombra muestra profundidad; son dos planos que convergen en la superficie. No obstante, tales imágenes no son duraderas; cambian a cada instante, siendo necesario registrarlas por medio de la fotografía. “De todo lo que entrega, solo una pequeña parte yo logro capturar. Ese pequeño detalle, lo muestro como totalidad en mi obra”, comenta la artista.
Ella acude personalmente al río –por lo general Río Bueno, en el sur de Chile– para introducirse en él y contemplarlo por horas, hasta conseguir las imágenes deseadas. Es una espera ante el agua que luego es fotografiada y editada antes de pasar a la tela. Para Patricia, es importante mantener la esencia del agua, buscando siempre resaltar sus cualidades a través de la pintura. Luz-sombra, brillo-opacidad, superficie-profundidad, figura-fondo, son las dualidades que conforman sus cuadros. Capas y capas van superponiéndose hasta configurar la obra final. En ese aspecto, su proceso de creación conlleva una acumulación y cambio constante, cuyo desarrollo es ocultado una y otra vez por el óleo. Explica al respecto: “mi proceso es dual. Primero el fondo (sombra) y luego el reflejo (luz). Esa primera etapa solo yo la conozco, queda escondida bajo la luz del reflejo. Esa técnica me permite establecer un estrecho diálogo con la obra, teniendo de por medio un periodo de secado, que me da tiempo para ‘oír y observar’ lo que ella me dicta para seguir. Un tiempo de respeto con la obra, así como el tiempo de respeto con la naturaleza”.
La relación que establece con su obra es sumamente sensible. Ella realiza cada parte del proceso; desde la fotografía in situ hasta la pintura. Hay una particular mirada frente al agua, su comportamiento y representación, que es vital de realizar en primera persona. Ella genera ese vínculo cercano con su obra –no siempre presente en el arte contemporáneo–, que le otorga una connotación romántica, pero que involucra, además, un proceso meditativo que comienza en el río y continúa en su taller.
En efecto, el trabajo de Patricia se vincula al taoísmo y budismo. La actitud paciente, de espera y contemplación que implica observar el cauce, fotografiarlo, llevarlo al taller y procurar mantener su identidad, son características propias del arte chino tradicional, donde se busca justamente extender la esencia del paisaje hacia la pintura. Requiere de un vaciamiento del Yo para poder compenetrarse con el objeto y rescatar sus características primordiales; un “escucharla” como bien señala. Por otro lado, el agua materializa muy bien el concepto del Tao. En el epigrama XIV del Tao Te King de Lao Tse (traducido por Gastón Soublette), se dice: “Dirigimos a él la mirada pero no lo vemos. Su nombre es Indistinto. Lo escuchamos atentamente pero no lo oímos. Su nombre es Sutil. Tratamos de cogerlo pero no lo sentimos. Su nombre es Tenue (…) Su aspecto superior no es luminoso. Su aspecto inferior no es obscuro. Permanece silencioso y no sabríamos cómo nombrarlo. Retorna al no-Ser. Forma sin forma. Imagen sin objeto. Es el obscuro caos. Si lo enfrentamos no vemos su rostro. Si le seguimos no vemos su espalda (…)”. Estos versos permiten apreciar cómo el Tao encuentra un correlato poético en la figura del agua, que es también forma sin forma, imagen sin objeto, ni oscura ni luminosa.
Bajo la misma influencia de la estética oriental, la artista establece analogías entre las formas del agua con los caligramas chinos; “es como si el agua me estuviera transmitiendo algo, o simplemente escribiendo la historia de mi relación con la naturaleza”, afirma. El trabajo de Patricia Claro es muy bello en su sutileza y da cuenta de esa actitud empática con la naturaleza, el agua y su ritmo; cuestión que nuestros antepasados orientales supieron contemplar y plasmar.